Ha pasado casi desapercibida en el Perú, la celebración de La Semana del Migrante y su Familia 2008, entre el 1 y el 7 de junio, instituida por la Conferencia Episcopal Peruana. La ocasión, sin embargo, motivó que algunas diócesis, a través de las parroquias, programaran oficios religiosos y eventos diversos con asistencia, particularmente, de los familiares de los peruanos que se encuentran fuera de nuestro país.
Esos pequeños grupos de personas que han acudido fervorosamente a las parroquias, representan la semilla de un movimiento mucho más grande y por tanto, involucrado, comprometido y consecuente con la realidad migratoria que los golpea a ellos y a sus principales actores, quienes se ganan la vida en Estados Unidos, la Unión Europea, Canadá, Australia, Japón y países de América Latina.
Pero si en la Iglesia Católica peruana aún se puede observar desidia por el fenómeno migratorio, existe, no obstante, como organización mundial, una férrea actitud de comprensión y acompañamiento y en algunos casos de cuestionamiento a los países expulsores, que viene desde el Vaticano, y en los sucesivos pronunciamientos del Papa Juan Pablo II y del Papa Benedicto XVI. Lo demuestra el documento del V CELAM celebrado en Aparecida.
En el terreno práctico, la Iglesia ha creado la Pastoral de la Movilidad Humana que en el mundo viene alcanzando notoriedad en la defensa de los derechos humanos y en el respeto de los migrantes. Aquí en el Perú, el Departamento respectivo viene efectuando una tarea de hormiga desde el 2002, con charlas entre la población escolar y universitaria, preparación de agentes pastorales, acompañamiento espiritual y análisis e investigación de los impactos sociales, económicos, sicológicos y políticos.
Precisamente, uno de los eventos más importantes de la Semana del Migrante fue el Seminario "Joven: Camina, sueña y canta" que, como su nombre lo indica, estuvo consagrado especialmente a los jóvenes y adolescentes –el contingente más sensible del fenómeno de la migración.
Invitado por los organizadores del Seminario tuve a mi cargo las palabras de presentación, en mi condición de periodista, director de Peruanos en el Mundo, desde cuya tribuna he tomado conocimiento de las múltiples dificultades que padecen los migrantes, de aquellos que salen del Perú con el ánimo de hacer realidad sus sueños ante la pérdida de esperanzas en el país que los vio nacer. Y también guardo con especial aprecio los testimonios de éxito de peruanos que han podido superar gran parte de los escollos en los países de tránsito y destino y ahora, han formado familia, han atesorado riqueza y viven holgada y dignamente.
Por la situación actual, me pareció importante referirme a la figura de Monseñor Juan Bautista Scalabrini (1839-1905), nacido en Italia y que el 1º junio último se cumpliera 103 años de su fallecimiento. El Papa Juan Pablo II procedió a su Beatificación en Roma, el 9 de noviembre de 1997, designándolo como "Padre y Apóstol de los Migrantes".
¿Por qué mencionar e invocar a Monseñor Scalabrini? Lo hice realmente acogiendo las voces desesperadas de unos ocho millones de inmigrantes considerados ilegales en los 27 países de la Unión Europea, bloque de naciones que ya aprobó en la instancia de los ministerios del Interior la llamada Directiva de Retorno, un dispositivo legal que criminaliza la migración informal y que establece tiempos mínimos y máximos para encarcelar a latinos, caribeños, turcos, africanos, asiáticos en los centros de retención de inmigrantes.
Esa norma –que los migrantes han calificado como Directiva de la vergüenza- que aún falta ser ratificada por el Parlamento Europeo (en sesión prevista para el próximo 16 de junio) tiene como principales promotores al presidente de Francia, Nicolás Sarkozy –hijo de inmigrantes- y al Primer Ministro de Italia, Silvio Berlusconi.
El más radical, Berlusconi ha anunciado la creación de un mal llamado "ejército del bien" –en un estilo fascista y condenable- para echar del territorio italiano a los migrantes. ¿Cuántos de nuestros familiares o amigos estarán ahora pasando en este momento horas de angustia? Si Monseñor Scalabrini estuviera entre nosotros, seguro, estoy convencido, habría estado tocando puertas para dar dura batalla legal y, simultáneamente, alistando a numerosos misioneros para acompañar a los angustiados migrantes perseguidos por la insensatez de los políticos, embriagados por el neoliberalismo económico.
Neoliberalismo, insisto, que hace posible la libre circulación de capitales, en ingentes cantidades, sin barreras que los detengan, pero que impide el libre tránsito de las personas, que impide el derecho a la integración familiar. Esta es la más grande ironía de la globalización.
La Italia de Berlusconi quiere echar a los migrantes, en una muestra de ingratitud histórica con los pueblos de América, que acogieron a miles de italianos y europeos en general durante el éxodo provocado por los conflictos internos, el hambre y la miseria que los acechaba a fines del siglo XIX.
Precisamente, la grandeza, bondad y desprendimiento del ahora Beato Scalabrini se multiplicaron al máximo para acompañar a esos migrantes. Como lo recogen sus biógrafos, "en 1887 fundó la Congregación de los Misioneros de San Carlos y la Sociedad de San Rafael para la asistencia religiosa y la promoción humana de los migrantes, que estaban abandonados por todos, a menudo en la semiesclavitud, expuestos a perder para siempre la práctica religiosa y la fe".
En efecto, Scalabrini patrocinó con energía la creación de instrumentos legislativos e institucionales para la protección humana y jurídica de los migrantes contra cualquier forma de explotación. Es decir, todo aquello que ahora Berlusconi, tan italiano como Monseñor, quiere enterrar de un plumazo.
Desde nuestra perspectiva, la actitud de Italia y de la Unión Europea es incomprensible y es una cachetada más a los acuerdos adoptados en Viena en la IV Cumbre ALC-UE del 2006 y en la V Cumbre realizada hace pocos días en Lima. Pero, que refleja la tendencia de los países ricos, de los países más industrializados, a cerrar sus fronteras a la migración.
Por eso es que, la enseñanza, el ejemplo de Monseñor Scalabrini debe ser tomado en cuenta hoy más que nunca para contrastar posiciones tan nefastas como la de Berlusconi. La misma Iglesia Católica, involucrada en el tema desde sus orígenes, debería asumir un rol más protagónico, liderando un movimiento global, en defensa de los derechos humanos de los migrantes y para que el mundo sea realmente una aldea global, con paz, con solidaridad, con libre tránsito para las personas.
En suma, pasó la semana del migrante en el Perú, pero vienen días muy duros de aprobarse, sobre todo, la "Directiva de Retorno". Sólo queda unir fuerzas para traer abajo los antagonismos, los prejuicios y las diversas formas de hostilidad, xenofobia y discriminación, para lograr una convivencia armónica entre pueblos y naciones, sin distingo de razas, etnias, culturas y lenguas. Tal vez un ideal, un sueño, pero ahí está la esencia misma de la globalización.
Por Miguel Angel Risco
Periodista, Peruanos en el Mundo
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